«La villa de Luarca tiene un aire sereno;
sus peñas, el resplandor de los días de verano;
impecable el mar;
en delicados callejones, el amor de sus noches.
Es una villa luminosa bajo el cielo septentrional, excelentes las buenas montañas que la rodean.
Pero a pesar de todo, es pequeña y discreta»
«Río Negro, río Negro, aunque cambien los años, las cifras y los vientos, la tenue luz de Luarca te sigue recibiendo.
Cada uno de los siete puentes conoce la fortuna de Luarca. La atmósfera de la villa está impregnada de mar, un mar activo y provechoso, sin leyendas, casi íntimo.
El luarqués abre sus ojos y ve el mar, el elemento más constante de su vida. De las olas llega el eco de innumerables naufragios y de numerosas victorias, gritos de ahogados y el alborozo de las hazañas.
La música del azul compone una danza prima bailada por el recuerdo de los balleneros.
Muchos luarqueses fueron mareantes y plantaron sus habitáculos en las fragosidades de las vertientes de los ríos, donde llega el océano, y fundaron barrios, parroquias y artilleros, que enfilaron muchas naves a batallar con turcos, ingleses o contra cualquier temido bajel pirata que se acercara a sus costas.
Luarca entre las olas y el viento.
Pero no hay que olvidar que existe una parte de tierra valdesana que no vive de cara al mar: la vaqueira, la de las brañas como la de Aristébano, donde se celebra una Vaqueirada el último domingo de cada mes de Julio.
Muchos ríos fertilizan Valdés. El Esva y el río Negro son los más notables. El primero cambia de nombre en la vega de Canero, y es éste el nombre que toma cuando desemboca en el mar y habiendo dejado atrás salmones y truchas. El río Negro atraviesa la villa de Luarca, parte en dos el casco urbano y desemboca en la playa, junto al Club Náutico, después de haber recorrido bajo siete puentes».
J. Rdguez. Castellanos